Querida Sra. Kleenex:
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Su sección me resulta harto adecuada para las almas como la mía que buscan consuelo momentáneo ya que el chocolate y el dedito ya no me lo dan. Quisiera exponerle mi caso: resulta que me he enamorado de un COLADOR DE FIDEOS. Si, leyó usted bien. Me explico. Me encontraba una de esas tardes cocinando para el cerdo de mi marido, ese día yo estaba especialmente de mal humor porque el muy imbécil no se había dado cuenta que me había hecho la lipo (si, ahorré centavo a centavo del gasto mugroso que me da, y logré juntar para ir con el cirujano de las estrellas... está bien, la verdad es que el cirujano se tiró a mi hijo, pero eso no se lo digan a nadie), entonces muy dolida fui al mercado, gimoteando compré un kilo de jitomate bola y una bolsa de fideos.
Llegué a casa, puse a cocer los fideos, luego busqué el colador y entonces fue cuando lo vi. Allí, limpiecito y esperando a que yo lo utilizara, todo silencioso. No sé, creo que esa manera tan suya de permanecer en la alacena oscura todo el día despertó mis deseos malsanos. Mientras me sorbía los mokos de la emoción pensé en todo el tiempo que había pasado sin que me diera cuenta de su presencia. Desde ese día me la vivía suspirando por él, porque pensaba que nuestro amor era imposible, pero me llevé el chasco de mi vida cuando lo descubrí muy acaramelado con... ¡una grúa alemana marca Caterpillar!!. Los descubrí ayer. !Si, fornicaban en mi propio patio! Dígame que hacer, Sra. Kleenex. Estoy deshecha.
Atte. La ojalá Sra. Nuddles
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