Castillos
Domingo. La radio en una estación AM parloteaba en la recámara. Yo en la parte alta de la litera, con 5 años encima, el pelo largo, flequillo en la cara y sin sueño jugaba seguramente con mi muñeca. Era mi favorita... casi sin pelo (aunque negro... muy negro...), mejillas rosadas y una mirada dulce, vestidillo rojo con blanco y delantal, se le podían mover los bracitos... la primera que me trajeron los Reyes Magos en enero...Hubo una vez un país de miel Con tejados color bermellón Donde yo era reina y el era el rey En un reino de cuentos de amor
-Bermellón... qué será eso... ¿Mermelada?
La voz chillona de Amanda Miguel salió de la sintonía y se concentró en mi cabeza. Hubo una vez... estaba iniciando una historia. Y a las historias hay que ponerles atención. Se la puse toda. La casa se calló, los pájaros del jardín se alejaron llevándose su balada vespertina, incluso el rumor del aire pasando por los pulmones de mi papá cesó. La tarde impenetrable se quedó paralizada. Porque estábamos escuchando...
Mi mágico castillo en el aire Brillaba transparente bajo el sol
Y como no. Los castillos son soberbios. (La unión de ambos seres unió a los territorios abisales y continentales después de años de conflictos y guerras sangrientas. Decidieron, para no desatar en un futuro nuevas disputas, vivir lejos de la historia y de la tierra que tanta ambición había causado entre los hombres y construyeron su castillo en el aire. Su hogar.) Los había visto en la Majestic blanco y negro de no me acuerdo cuantas pulgadas que teníamos en esa misma habitación. Ese televisor del que ahora sólo nos queda el recuerdo de la imagen ochentera en los bulbos viejos de sus entrañas, grandes castillos medievales de documental del por nadie visto canal cultural de entonces. Qué nobleza...
Hubo luego aquella tormenta cruel Y el castillo del aire cayó A la luz de un rayo se abrió a mis pies El abismo de su corazón Entonces pude verlo tal cual era Y lo que descubrí me destrozó...
Algo me cruzó el cuerpo. Una sensación que años después, escuchando los mismos acordes, pude descifrar. Pánico.
Mi rey era un monstruo de piedra Con el corazón de piedra Pagó por mi amor con piedras Rompió mi ilusión con piedras
La habitación empezó a adquirir un tono azuloso por la caída de la tarde. (La reina ya no caminaba feliz por los jardines con su vestido drapeado ni sus manos blancas. Su sonrisa dejó de ser luz y los ojos se le nublaron. Porque el rey de repente habló con palabras frías, de piedra, y después calló. Para siempre.)
Algo escuché afuera; dejé la muñeca de lado, me bajé rápidamente de la litera y salí porque –lo juro- sentí que algo terrible estaba pasando allá afuera.
Ahí estaba. Un monstruo de piedra. Su cuerpo formado de trozos volcánicos se alzaba imponente ante su frágil prisionera. Una mujer de largos vestidos. La reina. Me moría del miedo, pero no pude más que ser testigo de lo que estaba sucediendo ante mis ojos. Era imposible no hacerlo. El monstruo tenía a la reina acostada en un camastro de cemento, paralizada. Iba a decapitarla. Tenía un hacha en las manos y en todo lo alto.
Yo fui una vez esa ingenua fiel Que este cuento creyó realidad Y pague tan caro mi estupidez Que no quiero atreverme a soñar No quiero mas castillos en el aire Ni reyes que lastiman sin piedad
¿Cómo ayudarla, si de repente me paralicé? Amanda Miguel lanzó una especie de aullido; un grito que se transformó en otra cosa, algo así como un dolor pasado que resucitaba... antiguo, y yo, con sólo 5 años... El monstruo tenía una corona. Era el rey. (Un día el rey dejó de hablar. No hubo explicación. La reina no entendía, pero respetó la decisión de su soberano. El silencio en poco tiempo invadió el castillo con su velo invisible. Y ella, como una flor temporal empezó a marchitarse en el eco de su propia voz. Le faltaba el manantial de la genuina presencia de su majestad... cada palabra dicha por sus propios labios la laceraba con el filo de espadas múltiples. Entonces, un día, ella también calló. El halo saltarín del sonido desapareció. El silencio se apoderó de todo... como la devastación provocada por todas las guerras del mundo. Tiempo después el rey despertó de su letargo. Había hibernado. Se había estacionado en el invierno del pasado, lo habían alimentado los recuerdos que ahora eran rocas en su cuerpo, las ilusiones de lo que ya no es pero que volvían a tomar vida en la nada para alimentar a la misma nada, evocaciones que se malgastaban en la memoria. Quimeras. Porque esos recuerdos eran de otra. Porque su pensamiento no podía abandonar el ocaso de una mujer (¡oh!) que vivía en la tierra. Otra. Una mujer construida de sustancia de sueño y recuerdos. Delgada, ojos claros, hermosa, sonriente y de cabellos rubios. Una mujer imperecedera. No era ya sino una invención. Pensamientos. Tuvo frío. Cuánto tiempo ha pasado. La mujer no existe. Cómo vivir de algo que ni siquiera existe. Y ella, la reina... los brazos de la mujer de carne y hueso. Su caricia de pupilas. El calor. Hasta ese momento se percató de que su ausencia había desterrado a la reina. Ahora la reina se había exiliado al país del Olvido. El rey la buscó 99 noches, hasta que la encontró sentada en una lápida perdida en el bosque; le habló pero ella no contestó. El rey espero. No hubo respuesta. No acostumbrado a los desaires exigió, de nuevo no recibió réplica. La reina ahora no respondía. El rey, exasperado, tomó el hacha que siempre le había servido de arma, y la amenazó de muerte.) Las miradas entre ambos eran flechas. El rey acercó el hacha a su cabeza. La reina se recargó en la lápida, con los ojos fijos en él. La reina volvió a hablar. Y en realidad no salió ningún sonido de su boca.
Mi rey era un monstruo de piedra
Con el corazón de piedra
Su amor siempre fue mentira
Castillos que hoy son ruinas
La cercenó. Ruinas fue la última palabra que escuchó en el silencio antes de que rodara su cabeza al suelo. (-Cómo se atreve ... de nada sirvió el castillo, de nada sirvieron mis brazos, de nada sirvió el tiempo dedicado sólo a él... mientras él se lo dedicaba a ella-) El rey había matado a su reina. Después lloró.
Me tapé los ojos. Aún así podía ver el borbotón de sangre que fluía del cuello de ella. Grité. -No es verdad. No pude- Pero no sé porque quise ver...
***
Don Carlos, como cada domingo, cortaba la leña que iba a ocupar como combustible para calentar agua toda la semana. Y había dado el corte final a un tronco de fresno. (-un tronco, niña, un tronco...) La canción de Amanda Miguel había terminado. Respiré hondo, con la profundidad de un par de pulmones diminutos. La voz del locutor dio la hora y como por arte de magia todos empezaron a despertar: mi hermano, mi mamá, mi papá, los grillos, la noche y hasta mi muñeca. Y en cambio, a mi me dio un sueño...
*
Al año siguiente, mi papá en un ataque de limpieza (y neurosis) general tiró mi muñeca... que porque estaba vieja, fea y le faltaba un brazo. Los Reyes Magos me trajeron otra muñeca, hermosa, sonriente y de cabellos rubios. Nunca jugué con ella. Desde entonces nació mi desprecio por las güeras.